Quinto día da novena
Unión de almas
Era el bendito San Adrián, cuando fue nombrado juez de Nicomedia por el emperador Maximiano, un joven de 28 años, casado con una joven cristiana llamada Natalia. Pero hasta la hora de la conversión de Adrián al Cristianismo, la unión de estos dos esposos era imperfecta y superficial. Estaban unidos por la ley, pero sus almas muy distantes, muy lejos una de otra. La de él estaba en la región de las tinieblas, porque era gentil; la de ella estaba en la región de la luz porque era cristiana. La de Adrián no conocía los grandes amores cristianos: no conocía más que el amor puramente humano; la de Natalia estaba penetrada de los amores divinos.
Un abismo, pues, separaba a esas dos almas. La esposa cristiana pedía a Dios que se llenara ese abismo, que se acortaran esas distancias. Y eso sólo se podía hacer por la conversión de Adrián. Y llegó eses día felicísimo. Las tinieblas se disiparon. El rayo de la fe penetró en el alma de Adrián, la purificó, la transfiguró, la hizo semejante al alma de su esposa y pudo ya realizarse la fusión de aquellas dos almas en la lumbre de la fe y en el sagrado resplandor de los amores divinos. Qué alegría para la esposa saber que su esposo era cristiano: por eso se apresuró a darle la enhorabuena, a besar sus cadenas y a abrazar al que estaba ya como ella, hermoseado con la gracia del Señor que es fuente de perenne juventud y de hermosura inmarcesible. Felices los matrimonios donde existe esta unión, esta compenetración de las almas porque tienen la misma fe, la misma piedad, los mismos sentimientos religiosos. Y desgraciados los matrimonios donde mientras la mujer cree y reza, el marido niega y blasfema o por lo menos vive en la más completa indiferencia religiosa.
Oración para este día
Felicísimo San Adrián, que al pasar de las tinieblas del error a los resplandores de la verdad cristiana tuviste la dicha inefable de participar de las grandes alegrías que lleva consigo la unión de las almas, uniéndose la tuya con la de tu santa esposa en la fe y en el amor: Concédenos que en nuestras familias no existan jamás esas divisiones de los corazones por la falta del sentimiento religioso, sino que la misma fe, la misma piedad y el mismo amor una estrechamente a los esposos cristianos para que sean una viva representación del gran misterio que según San Pablo está encerrado en el sacramento del matrimonio cristiano, que es: la unión de Cristo con su Iglesia.